LA LUZ DE BALLABRIGA.

LA LUZ DE  BALLABRIGA.
Antonio; Conde Yndiano de Ballabriga

lunes, 10 de octubre de 2022


         Antonio Pozo Indiano

Carlos Larios: el marqués más desconocido de la saga.

A diferencia de sus familiares más aplaudidos, que nunca regresaron a la capital tras el asalto a su palacio, el marqués de Guadiaro siempre vivió La Alameda. Además, creó la fábrica La Aurora; impulsó el puerto y el Teatro Cervantes, amplió la calle Molina Lario y mantuvo el esplendor de la Catedral

 


Tuvo el apellido Larios desde la cuna, fue malagueño de nacimiento y no de adopción -sus familiares más ilustres proceden del valle de Cameros, en La Rioja- y, al contrario que gran parte de los suyos, mantuvo el vínculo, el afecto y la residencia en Málaga hasta su muerte. Y su aportación fue vital para el crecimiento de la ciudad. Sin embargo, el nombre de Carlos Larios y Martínez de Tejada (Málaga, 1816-1896) no ha pasado a los libros de historia local con el mismo brillo que otros que compartieron árbol genealógico y talento con él. A cambio, ese reconocimiento se lo llevaron familiares como Martín Larios y Herreros (primer marqués de Larios y tío y cuñado de Carlos), Manuel Domingo Larios y Larios (segundo marqués, primo hermano de Carlos e hijo de Martín) o José Aurelio Larios y Larios (tercer marqués, sobrino de Martín y responsable del nacimiento de las célebres bodegas).

La memoria es caprichosa, y el hecho es que a pesar de contar con una escultura en el Parque de Málaga y con una calle con su nombre en el centro (la calle Marqués de Guadiaro), la historia de ciudad parece haberse quedado, casi en exclusiva, con el impacto de la esplendorosa obra de la calle Larios (1891), impulsada por la rama de Martín y su hijo Manuel Domingo.

Pero hay mucho más en la historia de Carlos Larios, entre otras cosas porque ese afecto que lo mantuvo ligado a la tierra que lo vio nacer le fue devuelto con creces, por ejemplo, en el momento de su muerte, con la ciudad literalmente echada a la calle y sus ciudadanos llorando a quien consideraban uno de los grandes. Y, además, de los suyos.

El más desconocido de los Larios fue marqués, sí, pero no de Larios, sino de Guadiaro, un título que le concedió el rey Alfonso XII en reconocimiento a su intensa labor por la restauración borbónica. Y también conde pontificio, en este caso sí con el título de Larios y concedido por el Papa León XIII para distinguir su fabuloso trabajo en favor de la iglesia. En el amplio catálogo personal de honores destacan igualmente la Gran Cruz de Isabel la Católica y de San Gregorio Magno, comendador de número de Orden de Carlos III, gentilhombre de la Cámara de S. M. el Rey y senador del Reino durante dos legislaturas.

La importancia de todos estos títulos, más los que acumuló en la propia ciudad, hacen incomprensible el olvido del (otro) marqués, pero para recuperar su historia hay que irse al origen: Carlos Larios y Martínez de Tejada nació en Málaga y sus padres fueron Manuel Domingo Larios Llera (hermano de Martín) y Ana María Martínez de Tejada. Su padrino de bautismo, el todopoderoso industrial Manuel Agustín Heredia y su mujer, Isabel Livermore Salas.

Tercero de cuatro hermanos, la muerte de su madre cuando él tenía dos años y de su padre cuando apenas había cumplido 13 marcó el fuerte vínculo de Carlos y sus hermanos con la casa Larios y su tío Martín, a quien su padre había dejado, antes de morir, al cargo de sus negocios y de su familia. Juntos ya en el mismo hogar familiar, cuentan las crónicas que en aquella época estaba mal visto que tíos y sobrinas «en edad casadera» convivieran bajo el mismo techo, así que Martín se casó con la hermana de Carlos, Margarita, en el momento en que ésta cumplió la mayoría de edad. Juntos, se convertirían en una de las parejas más poderosas e influyentes de la ciudad, compitiendo con la formada por Heredia-Livermore.

El marqués de Guardiaro, por su parte, lo haría con otra prima hermana suya, Amalia Larios Tashara (hay que tener en cuenta que la familia Larios es una de las más endogámicas de la historia de Málaga). Contrajeron matrimonio en Roma cuando ya eran considerados 'mayores' para la época: a Carlos le quedaban unos meses para cumplir 40 años y Amalia acababa de celebrar los 31. Tras el enlace, fijaron su residencia en el número 20 de la fabulosa Alameda Principal -en aquellos tiempos, epicentro de la alta burguesía de la ciudad- y allí vivieron el resto de sus vidas a excepción de las temporadas que pasaban en Madrid. La pareja no tuvo hijos.

Talento para los negocios

Hasta ahí, la ficha personal del marqués de Guadiaro. La industrial, económica, benéfica y hasta filantrópica fue mucho más allá. Depositario de la considerable fortuna de su padre, al llegar a la mayoría de edad se encargó de la administración de sus bienes, hasta el momento en manos de su tío, cuñado y tutor, Martín Larios. Así lo recogen la profesora Cristina Fernández y la investigadora María Concepción Barrios en un completo artículo publicado en la revista 'Isla de Arriarán', donde se da cuenta de todos esos logros que lo convirtieron en uno de los grandes hombres de la Málaga del XIX.

De su familia heredó el talento y la visión de los negocios, y su nombre también es imprescindible para entender la vitalidad industrial de Málaga. Si su tío Martín y su paisano (y amigo) Manuel Agustín Heredia pusieron en marcha Industria Malagueña SA en el año 1846 -el mismo en que murió Heredia-, fue Carlos Larios el que completó el mapa de la industria textil en la capital con el impulso, una década después, de la fábrica de tejidos La Aurora, dedicada a la producción de géneros de algodón y lencería, pero también a productos más modernos como el lino y el cáñamo. Lo hizo en el barrio de El Perchel (donde hoy se ubican la plaza de la Solidaridad y un centro comercial) y aunque fue conocida en la ciudad por la 'fábrica chica' en comparación con la de las familias Larios-Heredia, tuvo los sistemas más perfectos y avanzados de la época en la fabricación de tejidos y también brilló con luz propia.

Allí, el marqués de Guadiaro dio empleo a más de 800 personas, muchos de ellos mujeres y niños, con los que madrugaba como un obrero más, según otro artículo publicado en 'Isla de Arriarán', en este caso a cargo de la profesora Eva María Ramos. La especialista recoge literalmente que Carlos Larios «era para los obreros de su fábrica un verdadero padre, los visitaba a diario; enterábase de sus necesidades, las atendía con prodigialidad (…). Facilitó el matrimonio de muchos de ellos y redimió a una verdadera multitud del servicio de las armas».

También los socorría en el caso de que cayeran enfermos y evitaba que sus familias quedaran desamparadas, pero también era muy riguroso con el cumplimiento de las obligaciones: su fábrica no cerraba ni en la fiesta del trabajo (1 de mayo) y la ausencia del taller sin causa justificada implicaba el despido inmediato.






Arriba, monumento a Carlos Larios en el Parque. Abajo, mausoleo de la familia Larios, en el Cementerio de San Miguel. Al lado, detalle del arco de entrada a calle Larios el día de su inauguración, en la que sí estuvo el marqués de Guadiario. / FOTOS: SUR | ARCHIVO TEMBOURY

La fábrica de La Aurora era esplendorosa y opulenta, con un amplio jardín a la entrada, una fuente de mármol de Carrara y todas las comodidades que la convertían, también en un lugar para el recreo del marqués: contaba con un espacio para caballos y vacas, una amplia cochera y una enorme pajarera que presidía el tránsito de la fábrica a los jardines, repletos de plantas exóticas, con un confortable invernadero y una estufa. También escondía una casa para el descanso de Carlos Larios, con elegantes habitaciones y todas las comodidades de la época.

La pujanza de La Aurora terminó con el siglo XIX y casi una década después de la muerte del marqués. La crisis agraria y la feroz competencia del textil catalán pusieron el punto y final a la fábrica en el año 1905.

Aquel proyecto no fue, sin embargo, el único que ocupó al industrial. Tal y como era costumbre en la Málaga de la época, Carlos Larios tuvo un papel destacado en las instituciones de la ciudad y colaboró, desde su posición acomodada, en el desarrollo de proyectos clave y en otros muchos de carácter benéfico. Fue presidente de la Diputación Provincial, de la Cámara de Comercio y hasta del Club Mediterráneo, y participó activamente en las obras de mejora del Puerto de la ciudad -el muelle 2, que ahora ocupa el Palmeral de las Sorpresas, lleva su nombre. Además, fue el responsable de la prolongación de la calle Molina Lario, contribuyó a la construcción del Teatro Cervantes y sus donaciones fueron clave para el mantenimiento de la Catedral, costeando además una de las vidrieras de la nave transversal del crucero.

Las obras benéficas del marqués también se cuentan por decenas. Colaboró en la creación del Hospital Provincial de San Juan de Dios, donde promovió -en un edificio anexo- el llamado 'Manicomio de San Carlos'. Mantuvo y mejoró el Asilo de San Bartolomé, la Escuela de Párvulos de San Juan de Dios y el Asilo de las Hermanitas de los Pobres, construido por su tío Martín Larios y una referencia muy querida para la familia. De hecho, los restos de Martín, primer marqués de la saga, reposan en la capilla del asilo y allí iba todos los días el marqués de Guadiaro a escuchar misa.

Sí estuvo en la inauguración

Con respecto a la calle Larios, la obra más emblemática de la familia, se desconoce cuál fue su aportación concreta o, si quiera, si la tuvo; porque el mérito, en este caso, fue para Martín Larios (primer marqués) y para su hijo Manuel Domingo, segundo marqués de Larios y protagonista de la estatua de Mariano Benlliure que preside la vía.

Sí hay, sin embargo, una curiosidad que merece ser destacada en este punto y que sirve para conectar al marqués de Guadiaro con la convulsa relación que tuvo esa otra parte de la familia con la ciudad: las crónicas de la época recogen que a la inauguración de la calle, el 27 de agosto de 1891, no asistió ni un miembro de esa parte de la Casa Larios que había impulsado la obra. La razón es que estaban exiliados en París desde 1868 a raíz de la revolución de 'La Gloriosa'. En septiembre de aquel año, los trabajadores de la fábrica de los Larios asaltaron el palacio de la familia, ubicado donde hoy está el edificio de la Equitativa, y el acoso fue tal que se vieron obligados a huir por los tejados de la casa: Martín y su mujer, Margarita (hermana de Carlos), y sus hijos (incluido Manuel Domingo) abandonaron Málaga con destino a Gibraltar y, finalmente, a París, donde murieron el primer y el segundo marqués. Aquello marcó el desapego definitivo de la familia por la ciudad en la que habían hecho fortuna pero a la que no volvieron nunca más. La excepción fue la de Carlos, que no abandonó Málaga y que incluso estuvo ese día en la inauguración de la calle Larios brindando por aquel hito urbano.

Aquello marcó también el vínculo del marqués de Guadiaro con Málaga, un afecto estrecho y además recíproco que se mostró en todo su esplendor a su muerte, a los 79 años, en ese palacete de La Alameda que había compartido con su mujer. Una hora después de su fallecimiento, las campanas de la Catedral y de las parroquias cercanas dieron el anuncio y la ciudad entera se puso de luto. Los balcones vistieron colgaduras negras y las banderas ondearon a media asta, incluidas las de los barcos que llegaban a puerto y se enteraban de la noticia. Todos los comercios -incluidos los cafés- cerraron sus puertas en señal de duelo y una muchedumbre se dirigió a la casa del marqués a presentar sus respetos. Los periódicos de la época hablan de más de 30.000 personas desfilando por el salón principal del palacete, donde quedó expuesto el cadáver del marqués, y de escenas de «profundísimo pesar».

Su monumento, en espera

El solemne traslado al Cementerio de San Miguel, al panteón de los Larios, dejaba la misma constancia de ese afecto, con un cortejo que presidían dos maceros del Ayuntamiento. Tras la carroza con el féretro, una representación de la profunda huella que había dejado Carlos Larios en vida: «Diez hermanitas de los pobres, doce del Hospital Civil, seis del Asilo de San Carlos, diez del manicomio de señoras, diez de la Esperanza y dos Carmelitas, todas con cirios encendidos», según la prensa de aquel día. Con ellas, un centenar de operarios de la fábrica de La Aurora y otro medio millar de trabajadores de los talleres, que lo despidieron «como el padre que siempre fue».

Profundamente impactados con la muerte del marqués, los miembros de la Cámara de Comercio y del Círculo Mercantil propusieron la construcción de un monumento en memoria de Carlos Larios. La ciudad hizo suya la idea, hasta el punto de que se dio por hecho de que el homenaje sería casi inmediato. Pero no lo fue, entre otras cosas porque Manuel Domingo Larios murió cinco meses después que su primo y todos esos esfuerzos se dirigieron a honrar (y desagraviar) al segundo marqués -que nunca había vuelto a Málaga- con la fabulosa escultura de Benlliure a la entrada de su calle.

La memoria de Carlos Larios tuvo que esperar hasta el año 1907, con el Parque ya convertido en una realidad y un proyecto diseñado por el arquitecto Fernando Guerrero Strachan para acoger el monumento que firmó el escultor catalán

A diferencia de sus familiares más aplaudidos, que nunca regresaron a la capital tras el asalto a su palacio, el marqués de Guadiaro siempre vivió La Alameda. Además, creó la fábrica La Aurora; impulsó el puerto y el Teatro Cervantes, amplió la calle Molina Lario y mantuvo el esplendor de la Catedral



 

Hemeroteca de Antonio Pozo Indiano

DIARIO SUR

ANA PÉREZ-BRYAN Domingo, 9 octubre 2022, 

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