LA LUZ DE BALLABRIGA.

LA LUZ DE  BALLABRIGA.
Antonio; Conde Yndiano de Ballabriga

martes, 19 de febrero de 2013

Esforzarse tras el viento. “ El poder y la vanidad”.



Este artículo es para leerlo muy despacito , la persona que lo ha escrito tiene unas vivencias sobre unas serie de situaciones a la que ha tenido la suerte de poder llegar ,que ahora quiere compartirlas con todos , el dice que hay que devolver a la sociedad todo lo que se pueda y que a todos nos ha dado .

Devolver el saber individual al saber colectivo para que este pueda enseñar a todos los que nos sucedan , la evolución del saber es así.

Gracias por su artículo , existe un antes y un después una vez lo hemos leído.

Felicidades.

 

 

El grado de descomposición de un modelo social
Por Mario Conde
A lo largo de mi experiencia vital, que ha sido larga y ancha, he encontrado el foco de mayor dificultad para la puesta en marcha, el mantenimiento y la culminación de un proyecto: las personas. Imagino que alguno se quedará estupefacto al leer esta conclusión y se preguntará, ¿pero no son acaso las personas las que mueven, crean, impulsan y forjan un proyecto, sea del orden que sea?. La respuesta es obviamente sí. Entonces, ¿no existe contradicción entre los dos asertos?. Aparentemente, pero si se profundiza un poco, no. Me explico.
El producto humano alberga varios planos .
No pretendo ahora introducirme por el complejo mundo genoniano de los diferentes planos o modos de ser del Ser, sino de algo mas concreto, inmediato y que vivimos a diario: el producto humano en su consideración social. El hombre en cuanto tal tiene dos ejes esenciales: su relación con los demás hombres y su relación con las cosas. Evidentemente se encuentran interrelacionadas entre sí y la separación es sobre todo conceptual. Pero sirve para entendernos.



En el segundo, plano, por ejemplo, hemos construido una sociedad hedonista en la que, como diría un oculista, el sujeto se funde en el objeto. Yo lo sostengo desde hace años de manera mas breve y quizás mas entendible: el hombre se confunde con sus cosas. Definimos a las personas en función de cosas. Nos presentan no a alguien solo por sus nombre y apellidos, sino por sus posesiones : es el Presidente de…el dueño de… y lo que confiere valor, al menos valor relacional, al sujeto, son precisamente esos atributos externos, esos añadidos a la verdadera personalidad, a los que llamo cosas. Es que son objetos, por separación y confrontación conceptual al sujeto.
 Pues bien en esa sociedad los hombres son sobre todo sus cosas. Es muy difícil saber aislarse de esa caracterización por ser predominante, cuando en el “código de valores socialmente aceptado” la cosa prima sobre el sujeto y le define.
Precisamente por ello determinadas personas que pierden sus cosas caen en el abismo de perderse a sí mismos. ¿Por qué el suicidio de grandes financieros o empresarios que, por lo que sea, han caminado a la ruina? ¿Por que las depresiones y hasta las muertes al perder el poder? No porque vean un horizonte complejo de lucha y desgaste vital. Sino porque al perder sus cosas se pierden ellos. Mueren al morir la posesión de las cosas que constituyeron la esencia de su personalidad. Algunos se pregunten como personas que “caen” al perder abruptamente esos atributos de su personalidad, son capaces de levantarse. ¿De donde sacan esa fuerza interior?, se preguntan. La respuesta en ocasiones es sencillamente: de la conciencia de no ser sus cosas. Si todo lo que eres es el dueño de una gran finca o el poseedor de un cargo, si los pierdes con ellos mueres.


Pero si te sabes persona y separas tu dimensión como persona de la posesión de esas cosas, si las pierdes sencillamente las has perdido, pero nada más.
Se entiende, supongo. Pero muchos o algunos dirán que como teoría es bonita, pero que la vida no funciona así. Pues sostengo que la vida que funciona de tal manera. Quienes no lo hacemos somos nosotros, los humanos. La tendencia a fundirnos en nuestras cosas es tan tremenda que incluso abarca a las personas. Me refiero a casos en los que los padres se relacionan, por ejemplo, con los hijos, buscando en ellos, en su actividad, en el diseño de sus vidas, mecanismos liberadores de la frustración personal que los padres han sentido a lo largo de su existencia, tratando de que sus hijos consigan “cosas” que ellos no alcanzaron, por la razón que fuere, a lo largo de sus vidas. El deseo de prosperar es sano dentro de sus limites. Pero prosperar no es fundirse en las cosas. Es crecer como individuo, y ese crecimiento real implica la distancia, un cierto desapego o, cuando menos, evitar la confusión del sujeto con sus cosas.
El poder, desde esta perspectiva, es una cosa. Y el dinero otra. Ambas constituyen el catalogo de cosas en las que el sujeto se funde preferentemente. Fulano es muy rico..lo demás importa poco. Fulano es Ministro, o presidente, o subsecretario o lo que sea…Lo demás importa menos. A partir de ese instante el sujeto se contempla desde la perspectiva del otro como una cosa de la que otras cosas se pueden obtener. Es el modelo general en el que estamos involucrados y previsiblemente una de las causas de nuestra decadencia, porque es claro que en el “código de valores sociales aceptados”, si eso que escribo es lo que prima, el valor de la conveniencia se convierte en el de uso mas común, sobre todo cuando se asciende en la escala del poder, económico, político o social.
 

Uno se pregunta por qué en ocasiones la gente en los proyectos sociales del tipo que sean que se componen de ideales, o deberían,  lucha por cargos antes que por otras cosas, antes, incluso, que por la propia pureza de los ideales que dice defender. Dentro de la palabra “cargo” se encierran muchas variantes, no solo, como diría un jurista, el “nomen iuris”, sino las cercanías, las capacidades de influencia, las proximidades…en fin, ese mundo que todos conocemos.. ¿Acaso para defender mejor sus ideas? ¿Tal vez para poder ser mas eficaz en la defensa de sus ideales? Pues…No siempre es así.  Se lucha por el cargo porque es la cosa con la que se puede conformar una personalidad. Tampoco es siempre así, claro, -¡menos mal!- pero desgraciadamente es demasiado habitual en un modelo de sociedad como el descrito. ¿Que hacer? Pues saberlo. ¿Y que mas? Pues actuar sabiendo que en demasiadas ocasiones las cosas son así. Si no eres tus cosas, tampoco debes ser esas cosas, entendiendo como tal los sentimientos que se derivan de conocer esas debilidades, estructurales, quizás, de la naturaleza humana.
Recuerdo un día en prisión, en Alcalá Meco, algo aturdido por el grado de crueldad que puede alcanzar el ser humano llamado “civilizado”, no el que vivía en el interior de los muros de cemento y alambres de espino, sino en el exterior, en ese recinto al que llaman el mundo de “los libres”. Leía una frase: Y en el libro de Salomón está escrito: “Yo he visto cuanto se hace debajo del sol y he hallado ser todo vanidad y esforzarse tras el viento”.

Exagerada, seguramente, porque no todo es vanidad ni todo es fusión en la cosa, ni todo es esforzarse tras el viento. Todo no, pero algo sí. El grado de descomposición de un modelo social, grande, pequeño, mediando o lo que sea, tiene que ver con la cantidad de esa vanidad y de ese esforzarse tras el viento que localicemos. Si es muy elevado, entonces el proyecto de sociedad será en si mismo un “esforzarse tras el viento”. Cuando las sociedades se instalan en esa dinámica el fracaso es obvio. La caída de las grandes civilizaciones siempre ha tenido algo que ver con ese esforzar tras el viento. Sucede que los aspirantes al poder y los que se instalan en él, en sus diversas variantes, demasiadas veces no son conscientes de esa frase del libro de Salomon.
Mario Conde.





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