Antonio Pozo Indiano
La armonía social no es un
simple concepto moral , filosófico o
jurídico.
Cierto que en sus
últimas raíces la sociabilidad arranca de carácter espiritual de la vida
humana. Pero la armonía social es
algo que cada hombre o mujer experimenta
íntimamente , que todo ser
humano podemos comprobar. Esta
experiencia íntima , este darnos
cuenta de que desde lo más profundo de nuestro ser aparece la armonía social como una inevitable necesidad , muestra al mismo tiempo notas afectivas y vitales , sentimentales . Quiere esto
decir que la armonía de cualquiera
relaciones humanas supone un
consentimiento que , a su vez , puede
expresarse de dos maneras : como
consentimiento a la necesidad y
sentimiento compartido por los demás
frente a esa misma necesidad.
Y sí es evidente que la
perfección de toda sociedad depende de
sus fines , la armonía supone siempre un
equilibrio entre la voluntad y el sentimiento.
Aunque sea en forma
muy somera , se ha de
resolver aquí el valor social de la vida afectiva.
La afectividad es un elemento humano de considerable importancia. Su papel en la vida de los
individuos y de los grupos
no puede ser negado . Los sentimientos
son inseparables de nuestra
actividad . aun en el caso de que la
conducta de un hombre o mujer determinado obedezca al más decantado ejercicio intelectual , la nota afectiva estará ahí, por lo menos , animando su decisión
y dándole color. La “ lección “ ,
por ejemplo , la podemos saber todos ; pero es seguro que quien esté contento la entenderá mejor y la aplicará con mejores rendimientos . Pero
ordinariamente los sentimientos
desempeñan un papel más importante
todavía . La afectividad es el clima que hace posible que nuestras vidas sean sentidas como propias. De ahí que los sentimientos aparezcan siempre , de un modo u otro, como
indicadores de la seguridad personal.
Toda amenaza a
nuestra seguridad repercute siempre
en el plano de los sentimientos y
desencadena reacciones o actitudes de
retraimiento , de reserva.
En consecuencia , los
distintos elementos que intervienen en el juego
social , tanto si aparecen definidos en su condición de fines
como si se ofrecen en su calidad de simples medios , no pueden en modo alguno sobrecargar de manera peligrosa la seguridad individual .
El equilibrio de todo grupo , como el de
todo individuo , supone siempre un
producirse o proyectarse desde la
natural inseguridad que todo hombre o
mujer , individualmente considerado ,
vive siempre . Es obvió , pues , que frente
a esta inseguridad individual la convivencia ha de evitar todo perfil
agresivo.
Tan importante es el
sentimiento de inseguridad que hasta los bienes económicos son percibidos en primera instancia como factores
de seguridad. Pudiera objetarse
que la seguridad que los bienes económicos producen
o la inseguridad determinada por
su menoscabo son realidades objetivas y razonables. Desde luego es así , pero, con todo , las
conclusiones finales de uno u otro
razonamiento repercuten siempre afectivamente y se convierten de este modo en motivo de reacción capaz de alterar la armonía.
Todo desequilibrio , cualquiera que sea su conflicto , produce
siempre inseguridad, y , a su vez, toda situación de inseguridad fomenta el desequilibrio . Existe una tendencia natural a buscar la
seguridad y el equilibrio en la satisfacción de lo que pudiéramos
llamar intereses biológicos o vitales . “ Premiun vivere, deinde filosofare “,
dice una vieja sentencia , tan cierta desde este punto de vista , que la fuerza
, la dinámica que preside las relaciones
interprofesionales de los grandes grupos es, al menos en potencia , de carácter
instintivo y sentimental.
De hecho , los grupos
sociales , sobre todo en épocas de crisis , se mueven siguiendo la línea espontánea de lo vital.
La crisis se vive siempre como amenaza a la seguridad , y esta amenaza
, sentida siempre como posibilidad de
carecer hasta de lo materialmente necesario
, puede llegar a desencadenar un
verdadero afán materialista , capaz de poner
en peligro la mejor ordenación de
la convivencia .
Y como el desequilibrio económico , también aquí puede producirse la reacción inversa : el afán materialista de ciertos grupos es siempre un elemento perturbador de la
armonía social.
Estos peligros
existentes siempre , aun antes de graves
situaciones de hecho, capaces de
desencadenar la pérdida del equilibrio
económico o el afán materialista de los hombre , se han de tener en cuenta ,
pues la vida humana implica
invariablemente , junto al impulso a la
perfección, ciertas tendencias capaces
de frenarlo. Todo desarrollo personal supone una lucha entre uno y otras. El estancamiento y la regresión llevan al hombre al egoísmo , y dicho
peligro sólo puede ser superado cuando se piense que el problema del ser humano es siempre
el problema de los humanos , y que , no habiendo cuentas propias en el balance del progreso humano , la falta de respeto hacia el prójimo resultará , en última instancia , el factor
que más gravemente puede perturbar la
armonía social.
Esto me lo enseñaron cuando tenía 17 años.
Crestomatía Antonio Pozo Indiano
Texto : José M . Poveda Ariño