Antonio Pozo Indiano
El hipérico es una
planta eficaz contra el desánimo
El hipérico es una planta herbácea de la familia de
las hipericaceae, que crece de forma silvestre, al borde de los caminos y en ambientes
secos y soleados. Las hojas son ovales y presentan lo que a primera vista
parecen numerosos agujeritos oscuros, pero que en realidad son las glándulas
que contienen aceite esencial y que se presentan traslúcidas a la luz. Florece
a partir de mayo con flores de un brillante color amarillo oro.
Una planta con una
historia “mágica”
La tradición del
hipérico es muy antigua y ya Hipócrates cita su uso como analgésico y
contra la ansiedad, así como Plino el Viejo (siglo I d.C.) y Galeno.
Además, en la edad antigua se creía que incluso su aroma alejaba a los malos
espíritus, por lo que cuando en una ciudad se desencadenaba una epidemia, sus
habitantes quemaban ramas de hipérico como sahumerio o las colgaban en los
dinteles de las puertas como protección. Dioscórides, a propósito del hipérico,
hace también referencia a su poder para ahuyentar a los demonios, “porque los
quema y los transforma en trigo”.
Ese uso mágico y
protector contra los malos espíritus se prolongó en el tiempo y así encontramos
que Piero Andrea Mattioli, famoso médico italiano que vivió en el siglo XVI,
cita las propiedades del hipérico para “poner en fuga los demonios” y en el
siglo XVII, el médico y botánico holandés Dodonaeus, indica “las sumidades
floridas extraídas en vino aromático concentrado por medio de ebullición y
bebido muy caliente contra las tensiones causadas por los remordimientos
interiores”. En conjunto, el hipérico se utilizaba para curar las más
diversas enfermedades, entre ellas lo que era dado en llamar “melancolía”, que
San Isidoro de Sevilla describió como “angustia del alma, acumulación de
espíritus demoníacos, ideas negras, ausencia de futuro y una profunda
desesperanza”, definición que correspondería a lo que hoy conocemos como
depresión.
También el uso externo
estaba muy extendido y en el siglo XVII, el naturalista y botánico John Gerard
lo bautizó como la “hierba de las heridas”. En el Renacimiento se afianzó su
uso como cicatrizante basándose en la teoría de los signos (que consistía en
atribuir las propiedades medicinales de las plantas en función de su forma) ya
que sus hojas parecen llenas de “agujeros” perfectamente cicatrizados.
Crestomatía del Conde
Yndiano de Ballabriga
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