Para Aristóteles El Amor : «se compone de una sola alma
habitando dos cuerpos».
Antonio Pozo Indiano
¿Está
herido de muerte el modelo tradicional de amor romántico? ¿Se nos acabó de
tanto usarlo? ¿Realmente se está produciendo esa transformación social ante
nuestros ojos? Podría parecerlo a simple vista si atendemos únicamente al ruido
mediático de determinados productos culturales que abogan por una variación de
paradigma. Pero se necesita algo más que una buena campaña de márketing,
cientos de likes y ciertas instituciones al servicio de la causa para un cambio
tan profundo. Una cosa es vender libros, pasear camisetas y corear consignas, y
otra muy distinta transformar todo un imaginario social y alterar
nuestras costumbres a nivel global. Sobre todo cuando ni siquiera hay un
amplio consenso al respecto. ¿Tan malo es el amor que hay que acabar con él?
Vivir «para alguien»
«Hay, desde luego, muchas personas que ignoran toda su
vida el amor, que ni lo huelen», dice Fernando Savater. «También hay otros que
prescinden de la lectura o de la música, pero no es sano imitarlos. ¿Evitar el
amor para ahorrarse disgustos? Eso es como no salir nunca de casa para evitar
pisar un charco». Para Spinoza, el amor era «una alegría acompañada por la idea
de una causa exterior». Para Aristóteles «se compone de
una sola alma habitando dos cuerpos». A lo largo de la historia, el
hombre ha intentado definir con palabras, una y otra vez sin desaliento, un
sentimiento universal. Para el filósofo y escritor Fernando Savater,
la mejor definición del amor sigue siendo hoy en día el célebre soneto de Lope
de Vega: «Desmayarse, atreverse, estar furioso, /áspero, tierno, liberal,
esquivo, / alentado, mortal, difunto, vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso;
/no hallar fuera del bien centro y reposo, / mostrarse alegre, triste, humilde,
altivo, / enojado, valiente, fugitivo, / satisfecho, ofendido, receloso; /huir
el rostro al claro desengaño, / beber veneno por licor suave, / olvidar el
provecho, amar el daño; / creer que un cielo en un infierno cabe, /dar la vida
y el alma a un desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo sabe». «Siendo menos
poético», añade, «yo diría que enamorarse es dejar de vivir para algo y
empezar a vivir para alguien». Ay, el amor.
Surge en la Edad Media el concepto del amor cortés,
que comienza como ficción literaria para solaz de la nobleza y acaba influyendo
en el comportamiento real de la época. Será ya en el XIX cuando aparezca lo que
conocemos hoy como «amor romántico», una forma de amor burgués que
hunde sus raíces en la idealización del objeto amado y que genera una ingente
cantidad de productos culturales: desde la literatura a la música o, más tarde,
el cine. Esta codificación de un tipo de relación amorosa acaba convirtiéndose
en predominante en el imaginario social de los últimos siglos: de «Orgullo
y Prejuicio» a «El Diario de Bridget Jones», de «Casablanca» a «Nothing Hill»,
de Espronceda a Alejandro Sanz. «Cumbres Borrascosas», «La Dama de las
Camelias», «Crepúsculo» y «Gente que Viene y Bah». «West Side Story», «La
Condesa Descalza», «Sabrina», «Titanic», «Ghost», «Pretty Woman». Corin Tellado y E.L. James. Camarón, Julio Iglesias,
Sabina, Rocío Jurado, Nino Bravo, Chenoa. Bécquer y Rosalía de Castro.
«Everyone says I love You». Mil y una «love stories». Todos, alguna vez, nos
hemos puesto muy «Krazy Kat», no lo vamos a negar.
Este amor romántico («amor romántico es un pleonasmo,
como agua húmeda» apunta, certero, Savater) es para el feminismo de cuarta ola una herramienta de las sociedades patriarcales
para sostener las desigualdades y la dependencia, generando, por supuesto y finalmente, violencia de
género. Un amor mal. La patente de corso perversa que concede al hombre el
acceso al cuerpo de la mujer ad aeternum, la legitimación vía emocional, por el
carril rápido de la autopista del corazón, de un contrato económico. Una
conspiración para hacer infelices a las mujeres. A todas.
Teóricas del final
No es de extrañar, partiendo de esta nueva definición,
que en los últimos años una avalancha de libros de toda una generación de voces
proclame y celebre desde la militancia que el amor romántico agoniza, herido de
muerte, y que su final es inminente. La filósofa y escritora argentina Tamara
Tenembaum es una de estas voces. Analiza en su libro «El Fin del Amor: amar y
follar en el S.XXI» la concepción tradicional de la pareja como
constructo patriarcal que daña a la mujer, que la oprime y la subordina. No es
la única. La periodista Carla Castelo, con su «Manifiesto contra el
amor romántico», o la escritora Coral Herrera, con «Dueña de mi amor: mujeres
contra la gran estafa romántica», son solo algunos ejemplos de este fenómeno
editorial. También series como la británica «Wanderlust» o «Tú, yo y ella»
exploran otros tipos de relación alejados de los estándares habituales, como
también lo hacen «Nola Darling» o «Trigonometry». Películas como «Historia de
un matrimonio», que disecciona el fin del amor, o «Leto», «El profesor Marston
y la Mujer Maravilla» o «Una relación abierta», que indagan en nuevos modelos
de enlaces amorosos, vienen a apuntalar la teoría del fin del amor tal
y como lo hemos conocido hasta ahora. Hasta Maluma pone banda sonora con su «Felices los cuatro» y se nos van los
pies incluso al colectivo de afectados por amusia. El postamor era esto.
Curiosamente, todos estos productos culturales
conviven con un nuevo esplendor de la novela romántica. En 2019, las ventas de
este tipo de literatura aumentaron en un 30%, siendo el tercer género de
ficción más vendido, por detrás de policíaca y clásica y seguido de
erótica. Las españolas Elisabet Benavent y Megan Maxwell triunfan
inapelablemente en el sector. Asistimos también a un auge de las
telenovelas, de los «realities» para encontrar el amor en televisión, de las
series románticas («Los Bridgerton» triunfan en Netflix). Continúan rodándose y
proyectándose películas románticas con finales felices, incluso las películas
enmarcadas en otros géneros incluyen, la mayoría de las veces, una subtrama
amorosa –sí, funcionan– y cada vez que se emite «Pretty Woman» es líder de
audiencia. En 2019 se celebraron 161.000 bodas en nuestro país y en el primer
semestre de 2020, con pandemia y confinamiento duro por medio, lo
hicieron 28.327 parejas. Un 34% de los usuarios de aplicaciones de
citas busca pareja estable (un 31% busca sexo sin compromiso y un 36% quiere
únicamente hacer amigos), habiendo mantenido una relación de larga duración
gracias a ellas un 26%. Casi un 10% de la población utiliza este tipo de
aplicaciones. No es necesario que hablemos de canciones de amor, pues todas
hablan de nosotros.
REBECA ARGUDO
DIARIO LA RAZON
14-2-2021
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