Antonio Pozo Indiano
Los años finales del
reinado de Felipe
V estuvieron marcados gravemente por sus problemas
psicológicos, probablemente sufría un trastorno bipolar, y la Corte se
convirtió en un lugar extraño, donde las reuniones con los ministros se
celebraban a altas horas de la madrugada y el Rey se creía a veces una rana. La
cuestión es que Felipe V ya había abdicado una vez, en la
figura de su hijo Luis I, pero después de un reinado de apenas seis
meses, la Corona le había vuelto como si fuera un bumerán
afilado. El 15 de enero de 1746, sin embargo, al morir de forma sorprendente
después de tragarse la lengua, el cetro pasó al fin a su siguiente hijo, Fernando
VI, quien paradójicamente iba a vivir un proceso de derrumbe igual de
pronunciado.
Felipe V
Nacido el 23 de
septiembre de 1713, el futuro Fernando VI era el
cuarto hijo de Felipe V con María Luisa de
Saboya, teniendo por delante en la sucesión al reino a Luis, Felipe
Pedro y otro hermano que fallecido al poco de nacer. El joven infante
creció sin madre, fallecida a los cinco meses de su nacimiento, y con la
desconfianza de la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio.
De hecho, el Rey apenas se preocupó por los hijos de su segundo matrimonio,
absorbido como estaba por la autoritaria Isabel.
Fernando, el Príncipe de Asturias
invisible
La educación de
Fernando vivió algunos altibajos dados los desprecios de su madrastra y su condición de segundón en
la línea sucesoria. Era en esencia un niño melancólico, amante de las artes y
la música. El
Conde de Salazar ejerció como su tutor, pero ni él ni su
camarilla pudo mejorar su posición en la Corte. El ascenso al trono de su
hermano Luis I sí lo hizo durante unos meses, pero a su muerte
la Corona no pasó a Fernando sino que volvió al Rey, por insistencia de Isabel
de Farnesio, ante las críticas de una nobleza que entendía que una abdicación
nunca es reversible. Ese mismo año, 1724, las Cortes de Castilla proclamaron
a Fernando Príncipe de Asturias, si bien Farnesio bloqueó su
derecho a asistir a las reuniones del Consejo de Estado como
heredero del reino.
En enero de 1729,
Fernando se casó en Badajoz con Bárbara de Braganza, hija
del Rey
de Portugal y perteneciente a la dinastía que, en tiempos de
los Austrias, se había alzado contra el Imperio español para
lograr la independencia del país luso. Al igual que él, la princesa portuguesa
era culta, de agradable carácter, dominadora de seis idiomas y gran amante de
la música desde niña. Su rostro marcado por la viruela y su figura voluminosa
no impedían que los encantos de su personalidad causaran una grata impresión.
Fernando y Bárbara
se enamoraron profundamente y vivieron aislados de la Corte durante el reinado
de Felipe V por voluntad de la madrastra regia. Cuando en 1733
pudieron residir en Madrid se les impuso un férreo marcaje que
incluía la limitación de que solo podían ser visitados por cuatro personas al
día, y no podían comer en público ni salir de paseo. Tal vez creía Farnesio que
si se le ignoraba Fernando simplemente desaparecería en algún momento dado.
Isabel de Farnesio
No obstante, a la
muerte de Felipe V en 1746 la situación se volteó por completo, de modo
que Isabel
Farnesio tuvo que abandonar las dependencias palaciegas y
quedó aislada del mundo político. Un año después Isabel se quejaría de que el
cordón sanitario en torno a ella cada vez era más grande: «Desearía saber si
he faltado en algo para enmendarlo». A lo que el nuevo Rey, en una muestra
de carácter, contestó: «Lo que yo determino en mis reinos no admite consulta de
nadie antes de ser ejecutado y obedecido».
Durante los 13 años
que duró su reinado, Fernando siguió con el programa de reformas iniciado por
su padre. Su apuesta por la neutralidad en Europa ayudó a dar un respiro a las
arcas públicas: «Paz con Inglaterra y guerra con nadie», usó a modo de
guía política. Además, en esos años se materializó la recuperación económica
tras los años de derrumbe de los
últimos Austrias y se creó el Catastro para
conocer la realidad del país. Solo la reforma fiscal impulsada durante su
reinado se topó con el rechazo directo de la nobleza. No obstante, su medida
más polémica fue la gran redada contra los gitanos autorizada en el verano de
1749. En un mismo día fueron apresados unos 9.000 gitanos españoles, que fueron
sometidos a todo tipo de abusos.
La reforma fiscal impulsada durante su reinado se topó con el rechazo de la
nobleza
Así y todo, ningún
rey puede dar por acabada su obra hasta que asegura su descendencia, lo cual
resultó un fracaso para Fernando puesto que era impotente, como el
trastámara Enrique IV o el austria Carlos II.
Una afección genital le impedía eyacular y tener hijos.
El asunto no era tan grave, en tanto, que contaba con hermanos todavía jóvenes
que podían hacerse con las riendas del país, como así fue a través del
futuro Carlos III.
Que su hermano heredara la Corona entraba en sus
planes, no así el proceso de demencia que vivió en sus últimos años.
Fallece la Reina y el Rey pierde la
cabeza
Si bien los Reyes
nunca habían gozado de buena salud, no fue hasta 1758 cuando el deterioro en la
salud de la Reina Bárbara de Braganza obligó a la pareja a
trasladarse al
Palacio de Aranjuez en un intento de que mejoraran sus problemas
respiratorios. Lejos de este propósito, ese mismo verano falleció la Reina a
consecuencia probablemente de un cáncer abdominal y dejó a Fernando solo, con
un comportamiento cada vez más errático. A lo largo de su vida había sufrido
varios periodos de inactividad con ánimo deprimido, pero ese verano se aceleró
su carácter melancólico. Aquello marcó el principio del conocido como el año
sin rey.
Pero, ¿qué
enfermedad se escondía tras su locura? ¿Alzheimer? ¿Un trastorno bipolar como
su padre? Los acercamientos psiquiátricos al caso han planteado
tradicionalmente la hipótesis de que lo que empezó como «un trastorno de
adaptación con sintomatología depresiva reactivo a la muerte de su mujer»
derivó en un trastorno depresivo mayor. Sin embargo, en una investigación
realizada por Santiago Fernández-Menéndez (Hospital
Universitario Central de Asturias), José M. González-González (Área
Asistencial de Gijón), Víctor Álvarez-Antuña (Área de Historia
de la Medicina) Julio Bobes (CIBERSAM), se concluye que el
empeoramiento grave de su clínica, la decadencia funcional que eso acarréo, se
tiene que explicar por causas que van más allá de una depresión o un trastorno
bipolar. «Una demencia rápidamente progresiva cuyos síntomas hayan pasado
desapercibidos al coincidir con la agonía y la muerte de la Reina explicaría
mejor todo el proceso clínico».
El Alzheimer,
barajado por otros autores, resulta improbable para estos investigadores dada
«la edad del paciente, la rápida progresión clínica, la ausencia inicial de
déficits de la memoria episódica y la gravedad de los síntomas conductuales».
En «La demencia del
Rey Fernando VI y el año sin rey», este grupo de investigadores reconstruye el
historial clínico del Rey a partir de ese verano. El mismo día que falleció la
Reina, sin esperarse al funeral, Fernando se refugiara en el castillo de Villaviciosa
de Odón, donde salió a cazar y se mostró contento los primeros días. Sin
embargo, a principios de septiembre el Rey empezó a mostrarse agresivo, de
ánimo deprimido y surgió en su mente la obsesión por la muerte. Apunta Andrés
Piquer, un médico del periodo: «Padecía unos temores sumos, creyendo que
cada momento se moría, ya porque se sentía ahogar, ya porque le destrozaban
interiormente, ya porque le iba a dar un accidente [...]».
Otros síntomas
hicieron aparición en las siguientes semanas: apatía, insomnio, abandono en la
higiene personal y en las obligaciones religiosas...
Compartiendo algunas extravagancias con su padre, Fernando se empecinó en
añadir nuevos
disparates a la vida cortesana.
Le dio por morder a
la gente y fingir que estaba muerto o era un fantasma. Sus asistentes eran
constantemente agredidos y tenían miedo de su propia integridad física. Sobre
esto, Andrés Piquer refiere: «Se
enfurecía con vehemencia, airándose hasta el punto de ejecutar cosas muy
impropias a su bondad y a su carácter». Además de correr o bailar en ropa
interior, le gustaba reírse de sus asistentes y se negaba a dormir sobre su
cama, de modo que improvisaba cada noche una camilla con dos sillas y un
taburete.
El año sin Rey
Y si a Felipe V le
calmaba la voz de un castrati, a Fernando VI le relajaba el
opio. Nada que sirviera más que para calmarlo, pero no para revertir su
situación. Hacia finales de ese año, la vida de Fernando VI parecía llegar a su
fin y se dispuso un testamento el 10 de diciembre de 1758 que ni dictó ni
firmó, pero al que dijo que estaba de acuerdo cuando le enseñaron las cláusulas
dictadas por el Conde de Valparaíso. En los siguientes meses al
parecer registró varios intentos de suicidio, uno de ellos al amagar con
ahorcarse con las cintas que tenía en la camisa.
Lo retorcido del
asunto es que, siendo el Rey, resultaba complicado llevarle la contrario o
responder a las agresiones. Desde Italia, el
futuro Carlos III pidió con insistencia utilizar «violencia
respetuosa» para reducir al enfermo. He aquí la cuestión, sin respuesta
aparente, de qué es exactamente la violencia respetuosa ante a un hombre que te
acaba de morder la nariz.
No obstante, a partir del nuevo año cada vez fue menos
necesaria esta «violencia» porque el Rey quedó encamado y cada vez más débil. A
partir de la primavera la demencia afectó a su habla, hasta el extremo de que
apenas era capaz de articular un discurso desordenado. Los problemas digestivos
y respiratorios aceleraron su deterioro en poco tiempo. En julio se describió
la aparición de sangre en los esputos.
A esas alturas, su larga ausencia había inquietado al
pueblo hasta el punto de que unos versos satíricos corrían furiosos por Madrid:
«Si el Rey no tiene cura
¿a qué esperáis o qué hacéis?
Muy presto cumplirá un año
Que sin ver a vuestro rey
Os sujetáis a una ley
Hijo de un continuo engaño»
Carlos III
Finalmente Fernando murió el 10 de agosto de 1759 a
los 46 años. La salud del Monarca había
alcanzado niveles críticos para entonces, sobre todo a causa de su desnutrición
y sus problemas respiratorios. Su hermano Carlos
III, hijo de Isabel de Farnesio, herederó el reino. Era
el tercer hijo de Felipe V que reinaba en España.
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